La memoria de todos, de Verónica Sukaczer. Destacado Alija 2013

Reseña de La memoria de todos, de Verónica Sukaczer. Destacados ALIJA 2013 en la categoría Cuentos.

La memoria de todos, de Verónica Sukaczer. Buenos Aires, 2013, Ave del paraíso, Elevé Ediciones.

La memoria de todos

Ilustraciones: Virginia Gagey.

Sugerido para lectores a partir de 11 años.

Cinco relatos de matriz histórica presenta esta obra de Verónica Sukaczer que, de la mano de la narrativa ficcional, recorre momentos de la historia de los últimos dos siglos, en que la libertad estuvo y está en peligro: el atentado a la AMIA, la lucha por los derechos civiles de la minoría negra, los crímenes de honor, la libertad de prensa, los judíos sometidos por los nazis, los desaparecidos y las medidas de seguridad extremas.

En el primero de los cuentos, «La memoria de todos», se relatan tres momentos dramáticos en los que un libro perdido y recuperado se convierte en símbolo de la memoria. Un libro perdido, por primera vez, en Varsovia en 1942; la segunda, en Rosario, Argentina en 1978; la tercera durante el atentado a la Amia. Finalmente, recuperado en Buenos Aires, en 1994, entre escombros. “Tampoco podían saber que cada vez que uno de ellos recuperaba un libro, recuperaba la memoria de todos.” Y es la libertad, ese bien decisivo y original de la condición humana, lo que no debemos olvidar, nunca. Los cuatro cuentos que siguen, recrean situaciones en las que la libertad personal es maltratada o severamente dañada. «Todas las sombras son negras» nos remonta a la segregación de los negros en los Estados Unidos, en la época de Martin Luther King. El relato está contando desde la perspectiva de una niña blanca, criada con la convicción de que las leyes segregacionistas “Jim Crow” eran la expresión del orden civil. Un día descubre que su sombra es negra y eso, como una epifanía, le plantea una mirada nueva. «La noche tan última» cuenta la muerte de honor a la que es sometida una pareja por solo mirarse. Una historia individual como ejemplo de la cantidad de personas asesinadas por sus familias de la India, Pakistán y otros países, porque han quebrantado alguna regla de la casta. «Bomba» relata el viaje de una familia a Disney después del atentado a las Torres Gemelas. Padecen situaciones que llegan al absurdo debido a los sistemas de seguridad. Finalmente, en «El teléfono rojo», un periodista joven y uno, en su última noche en el diario, reciben llamadas para realizar cambios en las noticias lo que provoca el desconcierto del joven periodista que ve amenazada su libertad de expresión. En cada uno de los cuentos aparece la referencia histórica, de la que se sirvió la autora para desarrollar cada relato. Y logra que el lector se detenga a reflexionar, dialogar y tomar conciencia de que la libertad es una exigencia humana que es necesario defender y cuidar.

Autora de la reseña: Gloria Candioti.

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Zoom, una novela de Andrea Ferrari

 Zoom, de Andrea Ferrari

Editorial SM,Colección Gran Angular, 2013.

Destacado de Alija 2013en el rubro Novela.

Zoom es la historia de Ana, una chica de 16 años que se ve obligada por su situación familiar a tomar un trabajo temporario un poco particular. Como en una película, retrocedemos y avanzamos en el tiempo de la historia con técnicas del cine: rewind, fast foward, congelamientos de imágenes aplicadas a la literatura y al relato de historias que Andrea Ferrari desarrolla magníficamente en esta novela. Se cuenta unos pocos días de trabajo de Ana y se recorren los hechos que llevaron a la protagonista hasta ese momento tan singular de su vida. Al mismo tiempo, observamos a la constelación de los otros personajes con sus deseos, preocupaciones, dramas familiares y personales.

El capítulo 1 nos presenta a Ana leyendo la noticia de un hecho del que fuera protagonista el día anterior y que la prensa califica como “milagro navideño”. “Y efectivamente venía semidormida desde hacía mucho tiempo. Años quizá. Ese fue el momento en que se despertó […] Pero para que la película se entendiera habría que retroceder. Apretar el rewind y buscar un principio a esta historia”

A partir de ese momento, con un narrador que, como si fuera un camarógrafo, toma la filmadora  recorremos-vemos-asistimos, en los treinta capítulos, al presente, pasado y futuro de la historia de vida de Ana, Cecilia, Mateo, Orlando, Olga, Toby, Lara, Marta.

Zoom es una manera muy interesante de contar que la vida es una serie de casualidades-causalidades, decisiones, hechos, imprevistos que suceden, que tienen un origen que pone a los personajes enfrentados a la vida como protagonistas ineludibles. Y  aunque se intente enmascarar la vida real con una  inventada, como el caso de Ana que en la red virtual es Ishara jugando Garath con Luc Amina y Olog a los que no conoce personalmente, Ana  entenderá que la vida no es un juego.

Zoom nos permite reflexionar, además de disfrutar de una historia bien contada, que en un momento preciso de la vida personal está contenido el pasado y el futuro. Si bien en el presente se transitan momentos difíciles o tan complicados y dolorosos que parece que nada tiene salida y solo cabe la resignación, la vida y el futuro sorprenden con una promesa: «tiene la sensación de que le espera algo bueno» dice Bety y a través de los fast foward se nos cuentan las promesas en desarrollo.

Reseña de Gloria M. Candioti.

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Como agua

Texto: Eduardo Abel Gimenez; ilustraciones: Cecilia Afonso Esteves

Buenos Aires: Del Eclipse, 2009 (Libros–álbum del Eclipse)

Recomendado para lectores de 8 años en adelante

Destacado ALIJA 2009, categoría Diseño

Los poemas de este libro tienen un hilo conductor, más precisamente un hilo de agua: sus títulos –colocados al pie de la página- son: nubes, lluvia, charco, olas, cascada, vidrio empañado, arroyo, en recipientes, marea baja. El título del libro adelanta la estructura de los textos: todos comienzan –anafóricamente— con “como”, estableciendo una comparación o una cadena de comparaciones: «como los deseos», «como irte y volver», «como la memoria». A veces un texto que venía deslizándose suavemente finaliza con una “caída”: «Como ponerse zapatos / ponerse nervioso / ponerse sombrero / ponerse a resguardo. // Como ponerse de pie / y dejar que una lágrima / lo cambie todo».

Al final de algunos versos hay unos círculos pequeños con fragmentos de la ilustración, que se repiten debajo junto con otras palabras, como una especie de llamada al pie que en ocasiones se expande hasta ser más larga que el texto de arriba y, otras veces, contiene variaciones del mismo, como en un paradigma. Por ejemplo: en uno de los poemas hay cuatro de estas “llamadas ilustradas” y en cada una de ellas aparece otra versión del verso, donde “mañana” ha sido sustituido por “noche” y viceversa, en un juego de antítesis con el texto precedente. Otras veces, también con esta función paradigmática, el verso dice «Como dividirte en mil pedazos» y la “llamada al pie” ofrece «como multiplicarte en mil pedazos». Estos paratextos (con letra más pequeña) ofrecen otras versiones, son eco del texto y, al mismo tiempo, su diferencia.

Otra particularidad de lo paratextual es la presencia, al final, de una página doble que, bajo el título citasofrece dos definiciones de agua (una de diccionario y otra de Wikipedia) y una referencia mitológica, del diccionario de símbolos de Cirlot. En la página opuesta, otras tres citas, pero esta vez icónicas, una con el modelo molecular del agua, la otra con la grafía de la palabra en el I Ching y la tercera con un grabado antiguo que representa al agua en la figura de mujer, tal vez una nereida.

Las ilustraciones se hicieron en collage con papeles superpuestos, a veces con transparencias, y un estilo ingenuo con reminiscencias infantiles. Son totalmente armónicas con los textos y, como hemos visto, en algunos casos se entrelazan con ellos. La ilustradora realizó el diseño del libro, que fue el destacado de ALIJA en este rubro. Al principio y al final, una página de papel de calcar, transparente “como agua”. La tipografía elegida imita la de una máquina de escribir, las letras tienen los agujeros rellenos, como si los tipos estuvieran demasiado entintados. Anda por allí una letra a seguida de punto (a.), haciendo jugar lo tipográfico como elemento de la ilustración. Todo suma para dar un aire artesanal a la edición, como de “hecho a mano”.

Para lectores de cualquier edad, pero sobre todo para quien disfrute de los pequeños detalles.

Elena Stapich

Mal día para ser mala

Texto: Cristina Majcus; ilustrador: Nunö

Buenos Aires: Sudamericana, 2010 (Pan Flauta)

Recomendado para lectores de 10 años en adelante

Un libro que funciona como un mazo de naipes, en el que cada baraja es un personaje, todas chicas, todas diferentes: la chica que quería ser mala, la que amaba los diccionarios, la que tenía cerebro de nuez, la que viajaba con su valija en busca de la mamá, la que juntaba cachivaches, la que quería casarse con el príncipe azul, la que no quería aburrirse. Siete cuentos como siete llaves para pasar al otro lado, al lado mágico y disparatado de las cosas.

Cuentos que se inscriben en el género fantástico y que están pensados para lectores que se animen a descender al infierno o internarse en una dimensión desconocida, y que no se desanimen ante un desenlace desconcertante o inesperado. Si los lectores solo aceptan finales redondos y felices, tendrán que buscarlos en otros cuentos.

Es posible realizar con estos personajes un curso acelerado acerca de los efectos de la magia, una maravilla que, a veces, resulta un poco frustrante. Algo así  le ocurre a la chica que amaba los diccionarios y que aprendió a transformar sus imágenes en seres más o menos reales. Esta es su conclusión, después de experimentar con Las Meninas de Velásquez: «¡Ah! ¡Qué macana! –piensa-. Las cosas no cobran su tamaño normal sino el de la ilustración del diccionario. La vida, gran tacaña, siempre retacea la felicidad. Los vestidos tacitas miden como tacitas, no hay forma de pedirlos prestados y usarlos en el próximo cumple».

Las consecuencias de las acciones de las chicas suelen ser irónicas, a contrapelo del deseo de los personajes. Algo se puede sacar como conclusión de cada historia, pero la autora se cuida de decirlo, coherente con el lector modelo que diseñan sus textos: alguien inteligente, que puede pensar por sí mismo.

Las ilustraciones forman un sistema con el texto. Resulta difícil pensar en otro tipo de imágenes para él: las chicas son sugerentes, algo anacrónicas. Las imágenes, enriquecidas con los recursos que ofrece la computación, integran fotografías y collage, tienden a lo onírico, cuando no a lo francamente surrealista. Ver, por ejemplo, a la chica de la valija transitando un desierto donde se divisan las siluetas lejanas de unos moáis.[1]

Como es característico en esta colección, aparecen cartas de la escritora y del ilustrador. El juego excede los límites del texto, derramándose sobre los paratextos. La primera exhibe sus afinidades y desacuerdos con las chicas: «podría ser amiga», «apenas la conozco», «me da un poco de miedo»; el segundo deja sentada su protesta por lo mal que se comportaron «el día en que vinieron al estudio para ser retratadas».

Elena Stapich

[1] Las grandes estatuas de la isla de Pascua.

Todo el dinero del mundo

Texto e ilustraciones: Istvansch

Buenos Aires, Sudamericana, 2005 (Primera Sudamericana).

Recomendado para lectores de 6 años en adelante

Istvansch (Istvan Schritter) es una figura multifacética dentro del campo de la LIJ argentina: ilustrador, editor, escritor, teórico y docente. En este libro reelabora un motivo propio de los cuentos tradicionales, hoy destinados al publico infantil, como es el de los deseos concedidos que se vuelven en contra de quien los formula. En esta línea se inscriben textos como el paródico “Un Ramón, un salmón y tres deseos”, que Graciela Montes incluyó en Doña Clementina Queridita, la Achicadora.[1]

En el libro de Istvansch, el narrador emplea la 2ª persona (“Los ojitos te brillaron como monedas”) para dirigirse al protagonista, un niño al que “la Reina” le concede el deseo de tener todo el dinero del mundo.

Un procedimiento interesante aparece a partir del momento en que el niño comienza a comprar desaforadamente: para pasar de la página par a la impar hay que rotar el libro, de manera que la vorágine del consumo es acompañada por el movimiento de giro necesario para poder leer y que se detiene –justamente- cuando finaliza la maratón compradora, que había ido in crescendo hasta llegar a la hiperbólica adquisición de Marte con marcianos incluidos. Diferentes tipografías sirven para destacar palabras como todo, tuya, tuyo.

Llegado el momento de ponerse a jugar con sus adquisiciones, aparece nuevamente la Reina, a la que el niño le plantea: «–Me aburro, ¿a qué puedo jugar?» A partir de allí, juntos inventan un montón de juegos. Texto e ilustración, hasta ahora convergentes, se separan. Mientras el texto cuenta que vuelven a la tierra en cohete o encuentran un tesoro sumergido, las imágenes muestran a una mamá y su hijo jugando dentro de la casa,  con elementos transformados gracias al juego simbólico (unas sillas como cohete, la bañadera devenida en mar),  juego que finaliza cuando una bandeja aparece en primer plano, portada por manos masculinas. La Reina ordena al Príncipe que se prepare para el banquete y es obedecida: «Y vas. Feliz. Dueño de tu mundo.»

Las ilustraciones están realizadas con la técnica de papeles recortados, típica de Istvansch, y rebosan color y vitalidad. Por otra parte, su importancia es fundamental, ya que, como es propio del libro-álbum, otra sería la historia si leyéramos sólo los textos.

Más allá de estas cuestiones, es muy interesante el modo en que el autor construye un libro con una fuerte carga moral, sin ser moralizante. Camina por el borde de un precipicio sin desbarrancarse. Hubiera sido fácil caer –como es tan frecuente- en el dedo alzado y la moralina, pero sortea estos peligros y nos brinda un libro sugerente, que deja a los lectores la libertad de sacar sus propias conclusiones.

Elena Stapich


[1] Montes, G. Doña Clementina Queridita, la Achicadora. Buenos Aires, Colihue. 1985

Mi gatito es el más bestia

Texto e  ilustraciones: Gilles Bachelet

México: Océano, 2005 (Océano Travesía).

Recomendado para prelectores en adelante

Libro-álbum que plantea a los lectores un pacto de lectura desconcertante: un narrador en 1ª persona  describe a su mascota, un gatito (tamaño, hábitos, alimentación, travesuras). Se produce la superposición de este narrador con el autor, en tanto se presenta a sí mismo como pintor que fracasa en el intento de vender alguno de los múltiples retratos del gato en cuestión. En una de las imágenes se reproduce una carta  en la que el remitente es “Gilles Bachelet, Ilustrador…”

Pero de la observación de las imágenes surge que el referido “gatito” es, en realidad, un elefante. Para los niños en edad preescolar este libro es desafiante: es posible que se trate de la primera experiencia con un narrador que es lo opuesto al omnisciente de los cuentos tradicionales. Es inevitable que surjan las hipótesis: ¿qué le pasa a este narrador?; ¿no se da cuenta?; ¿miente?; ¿juega?; ¿está loco?; ¿es un chiste?; ¿el gato está disfrazado de elefante?; ¿no es muy grande para ser un gato disfrazado?

A la vez, el equívoco genera situaciones humorísticas, como la del elefante haciendo caca con las patas en una caja con arena de las que usan los gatos y, a continuación, recogiéndola del suelo con una palita. Algunas de las peripecias que se producen en el departamento del narrador nos traen a la memoria el Dailan Kifki, de María Elena Walsh.

Por otra parte, Bachelet emplea un procedimiento que hemos visto en los libros de Anthony Browne: una referencia a los pintores más legitimados en la historia del arte. Cuando el narrador dice: «He pintado muchos retratos de mi gato. No he conseguido vender ni uno», podemos apreciar una serie de retratos pintados a la manera de Botticelli, Dalí, Magritte, Marc Chagall, Picasso, Miró, etc. En la pared, un cartel que, incongruente, enuncia: “Un gato negro”. En un rincón, una pila de libros en cuyos lomos se lee “LE SURREALISME”, “LE CUBISME”, “L’EXPRESSIONISME”. No es extraño encontrar en el libro-álbum el gesto que tiende a la parodia y/o al homenaje,  reuniendo desprejuiciadamente a los productos de la cultura “alta” con los de consumo masivo.

En Mi gatito es el más bestia no hallamos una narración propiamente dicha, sino una serie de secuencias que se yuxtaponen y se suman para presentar el disparatado vínculo entre el narrador y su mascota. No obstante, cierra con un remate efectivo, en el que el despistado humano no logra identificar a qué raza pertenece su “gatito”, después de haber consultado un libro que le obsequiaron con ese fin. Pero el libro resulta útil para la mascota, que echada sobre un sufrido diván se divierte arrancando las páginas, una por una.

Elena Stapich

El incendio

Texto: María Teresa Andruetto

Ilustraciones: Gabriela Burin

Buenos Aires: del Eclipse, 2008 (Libros-álbum del Eclipse)

Recomendado a partir de los 6 años

“El incendio alegre» es una de las parábolas de Kierkegaard, y de ella toma María Teresa Andruetto las primeras líneas, como epígrafe de su texto: «En un teatro se declaró un incendio entre bastidores. El payaso salió para dar la noticia al público. Pero éste creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas.» A la vez, el epígrafe anticipa lo que se va a narrar.

El incendio es un relato en verso que va in crescendo hasta el catastrófico final: «Y por eso fue que luego / se volaron con el fuego / las señoras…». No obstante, es difícil sentir pena por ellas: constituyen un personaje grupal poco apto para las identificaciones. Se las caracteriza como elegantes, atrevidas, petulantes, rimbombantes, ignorantes, soberanas, distinguidas, comedidas, generosas, gustosas, homicidas. Como Chico Buarque en su poema Construcción, Andruetto arma el texto con un repertorio de adjetivos que se van desplazando, y así “rimbombantes”  se aplica a las señoras, pero también, alternativamente, a los barrios o al teatro.

Este carácter excesivo y un tanto siniestro de las señoras-público se corresponde con una ilustración que las muestra como esperpentos, especie de bataclanas entradas en carnes, con profusión de plumas, boquillas, largos guantes y  portaligas con medias de encaje.

La ilustradora usa el collage y tanto las señoras como el payaso poseen ojos recortados de fotografías. Cuando ríen, las mujeres exhiben enormes bocas rojas  de las que sobresalen tiras de papel torcidas, desparejas: sus dientes. En ellas predomina el rojo con algún detalle negro, el payaso es gris; la ciudad, fantasmagórica, también es gris, con un teatro primero iluminado y después enrojecido por las llamas. La recursividad de imágenes y colores —sumada a la del texto—  produce un efecto hipnótico.

El diseño es cuidado: tapa, contratapa y solapas como cortinas de tul; una mano enguantada en la tapa y una pluma que queda flotando sobre los paratextos de la última página aluden metonímicamente a los personajes.

Hay una apuesta a lo raro, a lo inclasificable, que habilita la pregunta ¿para qué lectores está pensado este libro? Una respuesta rápida nos llevaría a descartar a los chicos: por la estética, por el tipo de historia, por el lenguaje y hasta por la referencia erudita que implica el epígrafe. Sin embargo, pensamos, seguramente hay chicos que verán allí brujas. Puede haber también algunos que disfruten de un texto lleno de palabras “raras”: rimbombante-ultramar-petulante-peculiar, palabras sonoras, reiteradas, rítmicas.

En realidad, la pregunta por el lector es frecuente cuando se explora el libro-álbum. Aún los que están claramente destinados a un público infantil hacen sus guiños al lector adulto. ¿Será que El incendio puede pensarse como una muestra de la “literatura sin adjetivos”? Ni infantil, ni juvenil, ni para adultos. Sólo literatura.[1]

Elena Stapich

[1] Andruetto, María Teresa. Hacia una literatura sin adjetivos. Córdoba: Comunicarte, 2009.

Arte, infancia y compromiso en la obra de Graciela Montes

por Nora Lía Sormani [1]

I. El objetivo de esta comunicación consiste en reflexionar sobre algunas claves de la poética de la obra de Graciela Montes, figura única en el campo de la cultura argentina.

Sabemos que Montes ha producido más de doscientos textos literarios, que posee además obra como teórica, traductora, editora, e incluso novelas para un lectorado adulto, que ha recibido numerosas distinciones[2]. Esta riqueza y diversidad permiten un acceso múltiple a su producción (análisis textual, pensamiento metatextual, su ejercicio como lectora). En esta ocasión, a partir del marco teórico-metodológico de la literatura comparada –y dentro de él, más específicamente, la poética comparada–, nos proponemos caracterizar una de sus creaciones más  relevantes –la novela A la sombra de la inmensa cuchara, de 1993[3]–, y a partir de ese texto ofrecer algunas reflexiones que problematizan el conjunto de su producción, así como su aporte a la literatura para niños y jóvenes de Latinoamérica.

II. Recordemos, brevemente, que Montes ha realizado un aporte sin igual a la cultura argentina. Su labor en  el programa de publicaciones del Centro Editor de América Latina, supervisada por Boris Spivacow y, especialmente, su dirección de la serie Los Cuentos del Chiribitil para dicho sello, le brindaron el mejor contexto para iniciarse, a partir de 1977, como escritora de cuentos para niños. Desde 1977, ha atravesado los más diversos géneros y formatos para lectores de distintas edades: libros de imágenes destinados a la primera infancia, cuentos, relatos largos o nouvelles, novelas, reescrituras y adaptaciones, Baste mencionar algunos títulos para calibrar la relevancia de su lugar en nuestra literatura a través de distintas épocas: Nicolodo viaja al País de la Cocina (1977), Y el árbol siguió creciendo (1986), Historia de un amor exagerado (1987), Tengo un monstruo en el bolsillo (1988), Clarita se volvió invisible (1989), Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena (1989), Irulana y el ogronte (1991), Otroso (1991), la mencionada A la sombra de la inmensa cuchara (1993), Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre (1995), y muchos otros. Entre las reescrituras sobresalen los ciclos de textos dedicados a la mitología griega, la materia artúrica, la Biblia y Las mil y una noches. Ferviente lectora y difusora de la literatura infantil y juvenil que la precedió, Montes ha traducido y editado obras de Charles Perrault –Cuentos en verso, Cuentos de Mamá Oca y Los cuentos de Perrault–; Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas y Cuando Alicia atravesó el espejo; Mark Twain, Huckeberry Finn. No olvidemos su traducción, con nuevas notas y referencias al mundo hispánico, del manual clásico de Marc Soriano, Literatura para Niños y Jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas (1995). Como teórica se destaca por sus libros El corral de la infancia: acerca de los grandes, los chicos y las palabras (México: FCE, 1990, 2001) y La frontera indómita: en torno a la construcción y defensa del espacio poético (México: FCE,1999).

III. Vayamos entonces a la poética de la novela A la sombra de la inmensa cuchara. Como toda novela, ésta cuenta una historia. El resumen de esta historia y las características de su articulación discursiva ponen de manifiesto los rasgos fundantes de la poética de Montes.

En una sociedad del futuro, en una nueva era, el historiador y arqueólogo aficionado Belisario Antúnez lee un informe confidencial ante un auditorio atento y conmovido. A través de ese informe, resultado de toda una vida de investigación, hace muchas cosas: a) Diagnostica la situación presente de su comunidad; b) Reconstruye la historia olvidada de su comunidad; c) Alerta sobre el futuro social y llama a tomar conciencia. (Para ello revela descubrimientos de validez universal y el secreto de su maestro Tadeo Antúnez, además propone una orientación existencial para la sociedad del futuro. De esta manera Belisario Antúnez es mucho más que un historiador y un arqueólogo aficionado; es un intelectual, un guía, un maestro espiritual, y a su manera un profeta.

Detengámonos en cada uno de estos aspectos señalados:

a)      El diagnóstico social: en su informe confidencial Belisario sostiene una “teoría del achicamiento”, según la cual la humanidad se ha ido empequeñeciendo hasta llegar a escalas infinitesimales. Afirma que en otra época los seres humanos eran gigantes, capaces de levantar y sostener sin esfuerzo una cuchara entre los dedos. Ahora, la Inmensa Cuchara tiene la dimensión de un monumento y en la Ciudad Inconfundible los niños se trasladan montados en piojos y los hombres doman amebas. Lo que antes eran objetos de los humanos (cucharas, platos, mesas, panes, rosas mosquetas…), ahora son su geografía inabarcable (el Valle de la Mesa Tendida, la Cordillera del Plato, el Trébol de Diversiones, el Campo Amarillo de los Estambres de Rosa Mosqueta). No nos hemos dado cuenta, dice Belisario, pero lo pequeño se volvió inmenso: se vive «a la sombra de la Inmensa Cuchara», se escribe el informe en el Mar de la Gota. Este estado de cosas lleva a Belisario Antúnez a hacerse algunas preguntas fundamentales: ¿cuándo y por qué empezó el achicamiento? ¿Cómo es que nos achicamos tanto sin advertirlo? ¿Si seguimos achicándonos, qué nos espera en el futuro, cómo terminaremos?

b)      La construcción de una memoria del pasado: en su informe confidencial Belisario Antúnez rastrea las causas del achicamiento y cuenta la historia que explica el presente. Todo comenzó cuando, muchísimo tiempo atrás, Zoilo Antúnez achicó a su vaca Bubulina para que entrara en su casa. De las vacas de balcón se pasó a las de bolsillo. Un día alguien inventó los helados de vaca, que marcaron el comienzo de una nueva era. Los historiadores, afirma Belisario, deberían hablar de un antes de los Helados de Vaca y un después de los Helados de Vaca, porque su consumo masivo se convirtió en el foco irradiador de los genes de achicamiento. Luego se sumaron los experimentos MAGENTA (Manipulación Genética del Tamaño), que intensificaron el achicamiento a tal punto que varias familias y pueblos desaparecieron en formatos microscópicos. Luego sobrevinieron algunos hechos nefastos: el Eclipse de la Mariposa que tapó el Sol y la Gran Tormenta. Ante un auditorio que lo escucha estremecido, Belisario afirma que el mundo se volvió cada vez más amenazante.

c)      El alerta sobre el futuro: La situación del presente es alarmante y la comunidad no puede seguir cruzada de brazos. «Hasta dónde se puede llegar», se pregunta Belisario  (p. 28). «Y aquí estamos, señoras y señores. Somos los de siempre, pero cada vez somos menos. Las sillas en las que estamos hoy sentados les quedarán enormes a nuestros nietos. ¿Hay acaso una salida? Y, en caso de que la haya, ¿seremos capaces de encontrarla?» (p.100). En medio de la incertidumbre y el horror de quienes lo escuchan, Belisario revela los descubrimientos de su maestro Tadeo Antúnez, descifrados del Libro hallado en el Subsuelo 45.

1)      Tadeo descubrió, por vía matemática, que por más que nos reduzcamos, no podemos reducirnos a cero.

2)      El camino hacia el cero encierra descubrimientos maravillosos, pero también el peligro de la muerte.

3)      Propone entonces un programa social para la existencia: volver a crecer o, al menos, dejar de achicarse, como una forma de alejarse de la nada. Debemos «hacernos cargo de una vez por todas de nuestra situación y defender con dientes y uñas nuestro presente. Propongo que crezcamos. O al menos que dejemos de achicarnos,  que remontemos poco a poco el tamaño, que nos alejemos lo más posible de la nada» (p. 123).

4)      Las últimas palabras del informe (y de la novela) son una invitación a la discusión: «El debate, señoras y señores, queda abierto» (p. 124). Imaginamos que la velada científica deviene, entonces, en asamblea.

IV. La poética de la A la sombra de una cuchara pone en evidencia siete grandes procedimientos constitutivos de la obra de Graciela Montes, significativos a la hora de pensar la renovación que aportan a la literatura argentina para niños y jóvenes:

1º. La distopía. Una distopía (término creado en el siglo xix por John Stuart Mill) es una utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal, es decir, como una sociedad opresiva, totalitaria o indeseable. El término fue acuñado como antónimo de utopía y se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad ficticia (frecuentemente emplazada en el futuro cercano) en donde las tendencias sociales se llevan a extremos apocalípticos. Montes imagina una sociedad del futuro de rasgos negativos: empequeñecida, sin memoria, destinada a desaparecer, que ha perdido el sentido de las experiencias humanas del pasado y siente vocación por la nada, que se hunde inconcientemente en la nada y vive un mundo cada vez más amenazante. Construye en primer término la metáfora de una humanidad imaginaria que va mal encaminada, a la destrucción, que reenvía intertextualmente a la Montes lectora de otras distopías[4].

2º. La metáfora política. La distopía de Montes no es sino una metáfora política de nuestra sociedad presente y de la historia argentina mediata e inmediata. Escrita en 1993, época absurda de neoliberalismo, achicamiento y reducción del Estado, reducción de la clase media, de la dignidad nacional, de la calidad de vida, reducción del modelo de igualdad social, reducción de las conquistas laborales, Montes habla del Gran Eclipse y de la Gran Tormenta como metáforas de la dictadura y de la postdictadura neoliberal. Es imposible que el texto no resuene políticamente: «Como todos sabrán, los historiadores llamamos el Gran Eclipse a ese largo período de nuestro pasado en el que se borraron todas las huellas y se confundieron todos los datos: una especie de gran manchón de tinta, un apagón gigantesco que nos sumió a todos en el olvido y el desconcierto» (p. 84). O también: «Sabemos que la Gran Tormenta arrasó con gran parte del techo que rodeaba la Gotera Gigante y que no hubo nadie, ni un solo antunecio, que no haya sido alcanzado por ella. Porque no cabe duda de que algunos fueron más atacados que otros. Todos disminuyeron, claro está, pero algunos sencillamente desaparecieron» (p. 96). La Epoca del Subibaja refiere a nuestras crisis sistémicas y la reducción implica su complemetario: el crecimiento, el crecimiento del hambre, del dolor, de la incertidumbre, de la amenaza. Montes cuestiona críticamente el presente, llama a la memoria, alerta sobre el futuro si se sigue por este camino. Pero es importante señalar que no se trata de una alegoría o de una novela en clave, sino que Montes trabaja, como Ricardo Bartís en el teatro, generando series de sentido que afloran y desaparecen por un régimen textual de intermitencia. La referencia oblicua opera como golpe a la conciencia, opaca, indirecta, pero sin duda efectiva en su capacidad de habilitar la elocuencia política del lector. La impugnación de los nuevos tiempos incluye a la Posmodernidad en la «maraña de leyendas e historias extravagantes que sepultó todas las teorías» (p. 85).[5]

3º. La ficción especulativa[6] como aventura del pensamiento. A la sombra de una cuchara es una distopía narrada y descripta a través del género discursivo informe científico. Esta inflexión peculiar que Montes elige darle a la distopía le permite otorgar al narrador capacidades excepcionales que Montes exalta: Belisario Antúnez es a su manera un intelectual que diagnostica, historiza, alerta, predice, propone orientaciones existenciales, expone leyes universales, especula y argumenta, y que además, como los intelectuales según Edward Said, le «dice la verdad al poder» (en este caso a los industriales y comerciantes del Helado de Vaca). El informe es además la síntesis de toda una vida en la que se expresan la pasión por el conocimiento y la investigación, el ejercicio del estudio y la relación admirativa con maestros. Es, a su manera, una variante de la literatura de aventuras: la aventura de producir conocimiento y de experimentar una existencia al servicio del conocimiento. El texto lo señala claramente cuando Belisario homenajea a su maestro: «Para comprender a Tadeo hay que recordar que era un hombre audaz, que si hay algunos que se atreven a explorar alcauciles en plena Intemperie, hay otros –como Tadeo– que son audaces con las ideas, que se animan a imaginarlo todo, a seguir pensando más allá de los límites naturales (…) Tadeo no solo era capaz de pensar hasta el desenfreno; podía llegar a morir por sus ideas y estaba dispuesto a experimentar en sí mismo la más audaz de sus teorías» (pp. 113-114).[7]

4º. La investigación en la espacialidad (los tamaños, las infinitas escalas) como vía exploratoria/transformadora de la realidad. Montes construye una constante en el trabajo con lo grande y lo pequeño y la relatividad de las escalas espaciales. Esta poética de los tamaños propone un ejercicio de relativismo que salta sobre las fronteras que impone el poder, disuelve la mirada única, el sistema de proporciones unificado desde la jerarquía, e implica multiplicidad y aceptación de diversas maneras de ver el mundo según la escala desde donde se vive y se mira. Montes instala así un código de destotalización, a la vez que habilita una herramienta de indagación de la realidad. La literatura se torna una vía de conocimiento y problematización de lo real: el mundo es infinidad de mundos, diálogo de mundos, donde lo “diferente” adquiere estatuto de paridad en el diálogo. La puesta en suspenso de la jerarquía genera un efecto perturbador equiparable al vértigo que genera el infinito: las escalas van hacia lo infinitamente pequeño y hacia lo infinitamente grande. Cada escala implica una instancia histórica diferente y cuando se toma conciencia de ello «un frío de horror nos corre por la espalda» (p. 45). Montes invita a percibir la realidad, a tomar conciencia, a saber, a vivir con los ojos bien abiertos, a ir contra la corriente de la costumbre y el atontamiento: «Estos procesos de cambio de tamaño son en general lentos, se prolongan a lo largo de generaciones, y la gente difícilmente se pone a reflexionar sobre ellos. Prefieren pensar que nada cambia, o en todo caso, que lo que cambia es lo que está afuera de ellos mismos» (p. 45).

5º. La concepción del lenguaje como vía exploratoria/transformadora de la realidad. Belisario coloca el origen de las transformaciones en una operación lingüística: el achicamiento silábico de Bubulina, primero en Bubulí, más tarde Bubú. «Con el Bubú la vaca se achicó lo suficiente como para andar como pancho por su casa» (p. 25). Pero Montes va más allá: el lenguaje construye realidad, se materializa, la póiesis deviene mundo fisiológico: «A las vacas de bolsillo el nombre se le hizo carne. Es decir, un achicamiento que originariamente era silábico, empezó a formar parte de la memoria de la especie, de su código genético» (p. 104). Montes insiste en varias de sus obras (Doña Clementina, queridita, la achicadora; Irulana y el ogronte) en el poder instaurador de realidad del lenguaje.

6º. La tragicomicidad. Los episodios narrados en la novela marcan una alternancia y yuxtaposición de situaciones cómicas (que trascienden el dolor de la sociedad degradada) con otras dramáticas o trágicas (que evidencian la experiencia del dolor, incluso sin compensaciones). Belisario parece asumir en su informe el equilibrio de la mirada del hombre común: en la vida hay cosas buenas y malas, para reír y para llorar, “una de cal y una de arena”, a la manera de la visión tragicómica originada en el Renacimiento (como emergencia de la burguesía) y consolidada en múltiples expresiones hasta hoy. Belisario incluye en su informe historias tan desgarradoras como la de los 39 niños desaparecidos durante la Gran Tormenta y de la niña testigo de la tragedia que logra sobrevivir pero pierde el habla durante el episodio. La voluntad de inclusión de episodios trágicos puede conectarse con la ampliación temática de la literatura argentina, que encuentra en Montes uno de sus exponentes más relevantes.

7º. La metaliteratura. A la sombra de una cuchara es una novela metaliteraria, literatura que convoca a la literatura en cada uno de sus niveles textuales. Ya señalamos que la novela es un informe y el narrador es un escritor, procedimiento frecuente en Montes (en Otroso, el narrador es un corresponsal de la Gaceta de Florida; en La batalla de los monstruos y las hadas, el perro Nepo escribe sobre los humanos con notas al pie; en Uña de dragón, Paulita escribe un manual, y muchos casos más). A lo observado sobre el discurso del científico–intelectual, deben sumarse la referencia a los cuenteros, el libro de matemáticas encontrado en el Subsuelo 45 y los papeles de Tadeo Antúnez, las expresiones que explícita o implícitamente formalizan un pensamiento sobre la literatura[8], las reescrituras de Romeo y Julieta de William Shakespeare, del mito de las Edades y las cosmogonías.

V. De las observaciones sobre A la sombra de una cuchara podemos extraer algunas reflexiones para pensar el conjunto de la obra de Montes y su poética:

  1. Graciela Montes es una creadora que apuesta a acercar a los niños al arte de la palabra, investigando y explorando en las posibilidades creativas.
  2. En su obra subyace una concepción de lector y de infancia que otorga al niño un valor muy especial, capaz de interpretar, elaborar hipótesis y extraer sentidos de la lectura.
  3. A través de su obra manifiesta como escritora e intelectual un compromiso político-ideológico muy sólido, para cuestionar al poder de los noventa y proponer una resistencia frente a las adversidades que imponía el poder a nuestra sociedad.

En suma, una escritora conciente de lo valiosa que puede ser la literatura infantil para la vida de los niños.


[1] Trabajo leído en el I Congreso Internacional de Literatura para Niños. Producción, Edición,  Circulación. Buenos Aires: 13 y 14 de Octubre 2008, Biblioteca Nacional, Organizado por Editorial La Bohemia.

[2] Accésit Premio Lazarillo, Premio Nacional de Literatura, Premio Fantasía y las candidaturas por la Argentina para el Premio Internacional IBBY Hans Christian Andersen en 1996, 1998 y 2000.

[3] Publicada por Sudamericana, en la colección Primera Sudamericana, con ilustraciones de Jorge Sanzol. Todas las citas corresponden a la tercera edición de 2000.

[4] Mencionemos, entre otras, La máquina del tiempo (1895) de H. G. Wells, El talón de hierro (1908) y La peste escarlata (1912) de Jack London, Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, La trama celeste (1942) de Adolfo Bioy Casares, Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949) de George Orwell, Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury, El señor de las moscas (1954) de William Golding, entre muchas otras. Véase al respecto Raymond Trousson, Historia de la literatura utópica. Viajes a países inexistentes, Barcelona, Península, 1995.

[5] Recuérdese la relevancia de la distopía como metáfora política en textos clásicos de la literatura argentina.

[6] Consideramos que este término es más preciso para definir el género de la antes llamada ciencia ficción.

[7] Pueden establecerse conexiones con otros “informes” de la literatura argentina: “El informe de Brodie”, de Jorge Luis Borges, “Informe sobre ciegos”, de Ernesto Sábato.

[8] Un ejemplo valioso de metaliteratura implícita puede encontrarse en la frase «Los niños, con esa extraña habilidad que tienen para poner en dedo en la llaga, convirtieron en juego nuestro destino» (p. 100). Acaso nuestra hipótesis sobre la literatura infantil y juvenil como metáfora política puede hallarse encerrada oblicuamente en esta expresión.