Literatura y fútbol

En estas páginas dedicadas al fútbol y la literatura no podía faltar Roberto Fontanarrosa, epítome de esta sociedad entre el deporte más popular de nuestro país y los libros. Pareja a la que, el Negro de Rosario, le agregó dos condimentos insoslayables: la caricatura y el humor.

De todo esto nos habla, en esta magnífica nota, nuestra compañera Ana.

UN ENCUENTRO CON FONTANARROSA

Por Ana Emilia Silva*

Desde hace muchos años, Roberto Fontanarrosa es un escritor amigo, al que hemos visitado muchas veces tanto en las tiras humorísticas como en novelas y cuentos.

Hoy exploraremos los relatos sobre fútbol, deporte que fue una de sus pasiones más intensas, junto al gran amor por Rosario Central, el club de su preferencia y así lo manifestó: “Creo que si no se entiende que esto es una pasión, y las pasiones son bastante inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbol”.

Sus textos sobre fútbol abordan temas complejos a través del humor que cuestiona y pone en escena diversos relieves del mundo masculino. El humor en Fontanarrosa va más allá del mero chiste, es algo más sutil. Es la inteligencia del certero observador convertida en discurso. Su risa posee connotaciones bajtinianas porque muestra la otra cara de los hechos a través de la conversación masculina, la cultura de masas y la cultura futbolística. Un rasgo fundamental de su narrativa es la utilización de la parodia, una modalidad de la intertextualidad, que además de incorporar un texto en otro, desvía el sentido del primer texto a través de distintos materiales: los discursos de los personajes, la cultura de masas, el mundo del fútbol. Parafraseando a Raúl García Rodríguez consideramos que el recurso de la parodia, el ejercicio de subversión de los textos oficiales o solemnes y la inserción colectiva de la risa le sirven a Fontanarrosa para inaugurar una existencia alterna o “segunda existencia” y de este modo contradecir cualquier discurso vinculado a las relaciones de poder. Esta carnavalización genera formas específicas de lenguaje y de comunicación, que transgreden prácticas establecidas.

Un partido genera un despliegue de actividades festivas: pintadas, afiches, el sonido de los bombos, el clamor de los barras y los cantitos que provocan sentimientos de alegría ruidosa, comunión social y diversión porque, al igual que el carnaval, se abre al disfrute y al uso de diversos ornamentos que poseen un carácter lúdico. En la fiesta deportiva se produce la supresión momentánea de lo cotidiano y de las formalidades del comportamiento social para dar cabida a la imaginación y al placer. La plaza pública, centro del jolgorio popular en la Edad Media y el Renacimiento, se desplaza al lugar donde se juega el partido: “Las plazas públicas (…) constituían un mundo único e integral, en el que todas las expresiones orales (…) tenían algo en común, y estaban basados en el mismo ambiente de libertad, franqueza y familiaridad (…) era el punto de convergencia de lo extraoficial, (…) en ese sitio el pueblo llevaba la voz cantante”. (Bajtin, 1999, pp. 139).

Hemos encontrado muchas similitudes entre el fútbol como fiesta popular, que congrega a los diversos estratos sociales y las reflexiones de Bajtín al referirse al carnaval. Este teórico sostiene que los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo y mientras la fiesta transcurre no hay otra vida, siendo imposible escapar de ella porque no tiene frontera espacial. En el curso de un partido, la fiesta para Bajtin, solo puede vivirse de acuerdo a las leyes de la libertad. Asistimos a un estado peculiar del mundo: su renacimiento y renovación en que cada individuo participa. (1999, pp.13).

Caricatura de Juan Chaves

En estos relatos, Fontanarrosa logra fusionar la pelota y la palabra. A través de un magistral dominio del lenguaje cotidiano, de los códigos lingüísticos propios de hinchas y jugadores en general, va plasmando diversas situaciones vinculadas a ese deporte. Las narraciones descorren matices del mundo y la cultura masculina mediante el lenguaje sobre el fútbol. Los cuentos no lograrían la contundencia narrativa sin la exhaustiva explotación del lenguaje. Asomarnos a los procedimientos lingüísticos es parte de nuestra aventura.

Para los hinchas y la gente comprometida con una determinada camiseta, un partido sintetiza un microcosmos; en cada partido es la vida la que rueda hacia el codiciado gol. Y los relatos descorren facetas de ese universo.

El libro Puro fútbol. Todos su cuentos de fútbol reúne gran parte de su producción sobre el tema. En este encuentro, a modo de muestreo, abordaremos algunos textos que consideramos más significativos.

El libro se abre con “La barrera” y el narrador en tercera, focalizado en el personaje, nos sumerge en un formidable partido jugado en el patio de una casa, por un niño que sueña ser un “pibe de las inferiores”. En la hora de la siesta, mientras patea entre macetas, que conforman la barrera y elude el peligro de los sifones, vuela muy alto. El patio deja de ser patio para convertirse en la cancha de Racing Club, en la que juega dispuesto a dejarlo todo. Miguel Tornino siente que es el elegido para concretar los goles que llevarán a su equipo a la gloria tan ansiada. Su espectador, el Negro, contempla el ir y venir del aguerrido jugador que estudia “con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de porland de la maceta grandota del culantrillo”. En un ir y venir de escenarios, participamos de la jugada inolvidable, en que el público, de pie, celebra al gran Miguel. Y al grito de “¡Tiró Tornino!”, la gloria parece cerca, pero la maceta de aceite Cocinero vuela “a la mierda”, el Negro, ya no concentrado espectador, ladra y la voz de la madre cierra el episodio. Estos elementos cotidianos, rompen el encantamiento.

Mezcla de ternura, épica y cotidianidad, el cuento describe los sentimientos del niño jugador en la mezcla de ensueño y realidad. Por un lado la cancha y los vítores y por otro, la voz de la mamá que ordena guardar la pelota. El narrador no agrega nada más.

En “Escenas de la vida deportiva”, la ironía está presente desde el título. El narrador en tercera persona desgrana su mirada en un grupo de hombres, que mientras se visten para jugar un partido, conversan entre sí. Hablan del juego y también hacen juegos de palabras. Una preocupación los asalta: la reserva de la cancha y los comentarios generan bromas referentes a distintos malentendidos y frases de grueso contenido sexual. Mientras hablan, simultáneamente miran hacia la cancha, donde un grupo de pibes algo desarrapados disfruta de su juego. En ellos se percibe la alegría por la concreción de la fiesta. A diferencia de los que están en el vestuario, no hablan, solo corren detrás de la pelota, centro inmediato de su universo. Y la diferencia social se evidencia en los comentarios despectivos. Los que juegan y se divierten son portadores del estigma social: “En la cancha, una multitud de morochos corría detrás de una pelota marrón y deformada. Algunos de ellos con pantalones largos arremangados y descalzos. Jugaban y gritaban. Se reían”.

El cuento transcurre en esa larga conversación y la posibilidad de jugar el habitual partido de los sábados se va diluyendo en la charla trivial, en largos preparativos que dilatan la entrada a la aventura del juego. Cuando Miguel pincha la pelota, el tan conversado encuentro también se pincha. El barro, el frío, la pelota inadecuada y la pinchadura marcan el desacierto de la tarde perdida. Así como los morochos se fueron juntos y alegres en el camión, estos hombres se disgregan, con la frustración a cuestas, tal vez hasta el próximo sábado. En el cuento, la voz del narrador y la voz de los otros conforman un contrapunto discursivo.

“Algo le dice Falero a Saliadarré”: en este cuento, Fontanarrosa imaginó un diálogo entre Martín Falero y Tucho Saliadarré en la cancha de River, cuando Saliadarré marcó el gol en el último minuto.

El cuento se abre con un epígrafe en el que se cita al locutor Víctor Hugo Morales: “Algo le dice el Muñeco a Batistuta.” El relato se balancea entre la voz del comentarista y el otro relato conformado por el áspero diálogo, en plena cancha, entre Falero y Saliadarré. Un duelo verbal entre el jugador veterano y Falero, “el pibe de las inferiores” que pugna por su ascenso. El intercambio de palabras entre ambos jugadores pareciera mostrar la interna feroz y la lucha de poderes: “No soportaré impertinencias —le dice Tucho a Martincito—. He ejecutado todas las jugadas de pelota parada y no habrá de ser esta una excepción”. En medio de la riña, el relator a la manera de Morales, comenta el partido con vehemencia y formula hipótesis sobre lo que está sucediendo en la cancha mediante un discurso pleno de imágenes y recursos poéticos: “¡Ruge ahora la parcialidad de la visita, que en buen número se ha llegado hasta Núñez, soñando ya con que esa pelota postrera se incruste de una buena vez por todas en las enredaderas trepadoras del arco de River Plate!”. 

Al final del cuento, una frase desmantela la creíble disputa: “¡Otra vez el viejo truco de la controversia interna, la vieja jugarreta de los afectos despechados!”.

“El ocho era Moacyr” nos inserta en las conversaciones entre los concurrentes al mítico bar El Cairo, en pleno centro de Rosario, al que Fontanarrosa era habitué.

El relato con un narrador que observa, transcribe y comenta lo que acontece, gira alrededor de un personaje que un día se sienta con el grupo y se diferencia del resto. Esta particularidad lo convierte en objeto de indagación y es destacable la variedad de apodos que el personaje les sugiere. La gradación va de un mote insignificante hasta llegar a lo más peyorativo para ese ambiente de denso machismo: “coso”, “flaco”, “Sobrecojines”, “el pobre tipo”, “El elegante”, “Tragasables del año uno”. Una vez que se lo nombra, su condición queda instaurada y comienzan a buscar las pruebas que corroboren el bautismo: “muy fino”, “muy delicado”, “puto”, “traga la bala”, que toma whisky, usa chaleco, corbatita, habla y sabe sobre polo.

Las certezas sobre la condición del personaje se van a desmantelar cuando constaten su saber sobre fútbol, ante la precisión con que afirma que el número cuatro es Sainz: “El hombre que había seguido silenciosamente la conversación, con una actitud entre divertida y ausente, se acomodó en la mesa. Dijo: -Sainz. Luego, con tranquilidad, completó la lista de jugadores”. A partir de ese episodio, el hombre recupera su identidad: Rodolfo. El texto se cierra con el derrumbe del discurso machista y homofóbico: “Buen tipo ese”.

Nuestro recorrido llega a su fin. Esperamos habernos asomado con cierta certeza al universo de estos cuentos.

* Ana Emilia Silva es profesora (USAL) y Licenciada en letras, egresada de la Universidad Nacional de San Martín. Se ha diplomado en Lectura y Escritura por FLACSO y por la Universidad Nacional de San Martín en las Diplomaturas en Literatura Infantil y Juvenil y obtuvo el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil (CEPA). Es narradora oral, discípula del profesor Juan Moreno. Escribe poesía y narrativa, varios de sus textos integran diversas antologías. Coautora de libros de texto en Lengua y Literatura para Editorial SM y Editorial Kapelusz y autora de Prácticas de Lengua y Literatura. Pasar la Posta. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2017. Integra la Comisión Directiva de ALIJA y es miembro de la Academia Argentina de Literatura Infantil y de la Academia Alas.