La tormenta en el Año del Conejo

Texto: Juan Dimilta

Ilustraciones: Max Aguirre

Buenos Aires: Sudamericana, 2010 (La pluma del gato)

Nivel lector: A partir de 11 años

Se trata de una novela breve en la que predominan la acción y el humor, pero no se trata de recursos utilizados aquí y allá como para “comicar” una historia concebida previamente: por el contrario, la historia en sí misma es de un humor delirante. Sus ingredientes: un lejano emperador chino, despótico a la manera de la reina de Alicia; un secretario apodado Confucio, cuyos sabios consejos le ocasionan el ser ejecutado… a cada rato; un mago virtuosísimo que es ignorado por el poder; una venganza implacable: la tormenta.

El autor maneja múltiples recursos para contar esta historia; algunos, clásicos, como el anacronismo, encuentran una vuelta de tuerca pues son  señalados por el personaje Confucio («Faltan siglos para que alguien pueda ser considerado turco…»), provocando la ira del emperador. También hace uso de los comentarios metaficcionales: «La primera escena a la que asistimos no tendrá nada de apasionante…» y los  diálogos imaginarios con el lector (también imaginario: «¿Qué? ¿No estaban enterados del complot? Bueno, es que el espíritu de todo complot debe ser secreto. De lo contrario, pierde la gracia.» Otro elemento que pone en juego son las citas a pie de página,  pretendidamente aclaratorias.  Por ejemplo, cuando el emperador, exasperado, le suplica a la nube: «¡Pero por favor! ¡No nos pongamos budistas!*», el asterisco nos remite a la nota: «No es posible dar una explicación acertada sobre una expresión tan china y tan antigua.»

Muchos tópicos de los mitos y otros relatos tradicionales se reciclan aquí: la supremacía del más pequeño sobre el más poderoso, las pruebas difíciles, las profecías y señales de mal agüero; pero también aparecen elementos propios del cine de animación, como la gota que cae y queda suspendida a cinco centímetros del piso, y del cine de catástrofe. Como en el cine oriental de acción, el exotismo es la coartada para dar rienda suelta a la imaginación.

Max Aguirre ilustra la tapa y cada capítulo está precedido por una pequeña ilustración, con algo de historieta,  humor y buen poder de síntesis. Los colores usados son negro, gris y algo de rojo. Es posible que a algunos lectores no se les escape el detalle: tal vez por razones técnicas se eligió el rojo para la túnica del emperador que, según el texto, era amarilla y luego quedó blanca.

Un libro cuyas instrucciones de uso –en palabras de Alessandro Baricco- «aparecen de forma íntegra en lugares que no son libros»[1]: el relato popular, los juegos electrónicos, los dibujos animados, el cine, la televisión, más allá de que también es posible encontrar alguna referencia letrada como la del viajero veneciano en cuyo homenaje el Emperador recibiera su nombre secreto.

Elena Stapich


[1] Baricco, A. Los bárbaros. Buenos Aires: Anagrama – Página 12. 2010