Los trabajos y la LIJ

Para hablar de los múltiples trabajos que rodean a la actividad editorial recurrimos a un amigo, Walter Binder, que nos hizo un sentido relato de su gran trayectoria en el rubro, desde librero, feriante o distribuidor a editor y también autor. Los doce trabajos de un Hércules de Parque Patricios, podríamos decir, ¡y eso que no le pedimos que nos cuente de sus trabajos como electricista o pintor de corbatas!

LOS TRABAJOS DEL LIBRO

Por Walter Binder*

[su_row][su_column size=»1/2″ center=»no» class=»»]Durante mi etapa de maestro de grado, en el afán por transmitir mi pasión por la literatura, me gané el apodo de Waly. Mi insistencia con la lectura producía un paradójico efecto, los chicos me bautizaban con el nombre de un personaje que tenía mucha más relación con lo lúdico que con lo literario. Y la alquimia no estaba nada mal.[/su_column] [su_column size=»1/2″ center=»no» class=»»][/su_column][/su_row]


Claro, tampoco puedo desentenderme de los juegos de palabras que eran moneda corriente en las clases de lengua. 
Justamente un malabar de palabras me acercó a mi siguiente trabajo: Librero. Un aviso en clasificados del diario Clarín decía: Buscamos señorita con amplios conocimientos en literatura infantil y juvenil. Indispensable buen trato con niños. Me presenté en las oficinas centrales del Fondo de Cultura Económica, entonces en la calle Suipacha, aclaré que no era señorita pero sí la persona más idónea que se presentaría para el puesto ofrecido: Encargado del sector LIJ de la espectacular Librería del Fondo que en 1994 se inauguraría en la avenida Santa Fe. Un extenso cuestionario oral y otro escrito corroboraron mi fanfarronería. De esas épocas mis medallas son: haber sido el librero de María Elena Walsh. Haber conocido a Daniel Goldín y comenzado una amistad que me alimentó enormemente. Y que los padres de mis asistentes a talleres organizaran una protesta cuando las esquirlas del “efecto Tequila” detonaron mi despido.
Por aquellas épocas, los docentes estábamos embelesados con las publicaciones de Libros del Quirquincho, bellísima experiencia que al retorno de la democracia había encabezado Graciela Montes. Pero a esa altura la editorial se encontraba a la deriva, sin Graciela desde hacía varios años y con muy malos manejos de su ex socio. Por supuesto, eso no sería obstáculo cuando se me presentó la oportunidad. Mi ex jefe en FCE me dijo, “te recomiendo para donde quieras”. Y así, carta en mano, me aparecí en Libros del Quirquincho para terminar dando talleres en sus famosas ferias itinerantes en escuelas: La Fiesta del libro
Un año y medio después nos comunicarían el cierre del histórico Departamento de Ferias de la editorial, gracias al cual recorrí escuelas por todo el conurbano y me codeé con Adela Bach, Mario Méndez, Luis Pescetti y Anahí Rosello. 
Justamente Anahí me dijo: “Se cierra pero quedan un montón de Ferias programadas en escuelas. Es una pena cancelarles. ¿No las querés hacer vos por tu cuenta?”.
Llegaría el momento de ser trabajador autónomo en el sector. Saqué CUIT, imprimí facturas: 
—¿Qué nombre de fantasía? —preguntó el imprentero.
—Y… La Fiesta del Libro. 
Pinté a mano unos manteles con mi nuevo logo, que buscaba sostener ese valioso proyecto pedagógico que tenían las ferias originales y empecé a sobrecargar de cajas el auto de mi viejo.

Esta es una etapa muy importante para mí, de recuerdos hermosísimos. Las charlas de bienvenida, la orientación para chicos y padres, las lecturas y siempre la aclaración: “no es obligatorio comprar, lo obligatorio es tratar de conocer muchos libros nuevos y tratarlos con cuidado”. Esa visita a la feria, esos cuarenta minutos una vez en el año, tenían un efecto muy poderoso. Al volver a encontrarnos, si regresaba a la escuela un año después, gran cantidad de chicos recordaban mi nombre, lo que les había recomendado y lo que les había leído. Eso recargó mis convicciones, me dio total certeza: la lectura, los libros, son poderosos. Crean vínculos, despiertan intereses y curiosidades hasta de quienes creemos menos interesados.
Al poco tiempo de esta experiencia independiente, otra vez Silvia Schujer y uno de sus libros determinarían cambios importantes en mi trabajo. En mi VIDA.
A una feriante colega, también independizada a la fuerza de otra editorial, le faltaba el libro La abuela electrónica para dar un taller. Sudamericana tenía el libro agotado y Silvia Schujer le informó a la feriante Judith Wilhelm que el último ejemplar lo tenía Walter. 
—¿Se conocen? —quiso saber Silvia. 
—No.
Me llamó, me explicó y me pidió prestado el libro en 1996. Nunca me lo devolvió.
Judith es desde entonces mi compañera, madre de mis dos hijes y socia en cada una de las locuras que emprendimos en adelante. 
Las experiencias feriantes se fusionaron en El Libro de Arena. Las exhibiciones pasaron de tener 20 cajas de libros a 50; después 80 y en 2019 llevábamos 120 cajas de libros. Unos 3000 títulos diferentes de más de 60 editoriales distintas y temáticas de lo más variopintas. Incorporamos compañeros al trabajo, siempre docentes, especialistas. Hasta la genial Marcela Carranza hizo alguna colaboración con nosotres a poco de venirse a vivir a CABA. Recorrimos muchas provincias.
Visitaron nuestras ferias Graciela Montes, Istvansch. Y luego nuestros stands en la Feria del Libro Infantil: Graciela Cabal, Iris Rivera, Isol, presentado su álbum debut Vida de perros.
Entre las malas de la actividad de feriante en el tiempo:
Las charlas de bienvenida debieron acortarse cada vez más. Se nos cuestionaba que toda nuestra exploración acerca de gustos y nuestra orientación y lecturas “les quitaba tiempo a los chicos para que compren o vean los libros”.
En una ocasión un padre me invitó a pelear en la calle por querer estafar a su hijo. El chico quería un libro de manualidades pero temía decírselo al padre.
El librero de un pueblo al que nuestra feria había sido invitada nos amenazó de muerte si nos presentábamos. Le dimos aviso a las autoridades municipales y estas aconsejaron que no fuéramos, que cancelemos la feria.
Muchas, muchas, demasiadas veces, los intereses de los chicos son ignorados por sus padres. 
“Esto no! ¡Algo para leer te dije!”, ante la elección de un libro de adivinanzas o de chistes, pasó a ser un triste y repetido clásico.
Era hora de un nuevo desafío, y se nos ocurrió tratar de ofrecer libros inconseguibles en la Argentina. Así, con Judith empezamos a seleccionar y pedir pequeños envíos desde el exterior: y pudimos tener los primeros libros de Elmer en el país; Cuentos en verso para niños perversos y otros de Roald Dahl inhallables entonces; El secuestro de la bibliotecaria; libros de Kókinos, Ekaré y Babel. Parecía un sueño, pero podíamos dar de leer esos materiales imposibles en esos momentos, en estas tierras.
Y otro más. Después de la crisis de 2001, de tantos años de destrucción de la industria de la imprenta nacional y con el dólar muy alto, no nos era nada fácil conseguir libros de plástico para bebés ni acartonados para primeros lectores. Nadie importaba ni podía producirlos acá.
Sin embargo dimos vueltas y vueltas. Tocamos puertas y puertas. Hasta que dimos con Milton, un personaje que prometió imprimirnos y encuadernar a mano nuestros dos primeros títulos acartonados y como Calibroscopio ediciones. El chupete perdido y Los paseos de Coco Drilo salieron en 2005. En uno de esos títulos, a una de las líneas de texto le faltó una coma. Y ese no era un debut soñado para Judith como editora, así que las 2000 comas se pusieron también a mano, con una Rotring.
“¿Y dónde los encontramos después?”, era la pregunta repetida en cada escuela, en cada stand de las Ferias infantiles.
Así, el pequeñito local de la calle Aguirre casi Scalabrini Ortiz que nos servía de depósito, pasó a abrir su puerta a los clientes empedernidos a cambio de una contraseña. Entraban casi reptando y de costado entre pilas de cajas, tablas y exhibidores, pero encontraban perlitas que los y nos hacían felices.
Los visitantes clandestinos eran cada vez más y a la vuelta del depósito, en la misma manzana, sobre Aráoz se liberaba una local lindo, no muy caro, de 40 m2.
En 2009 entonces, inauguramos allí la librería El Libro de Arena, atendida por Marcelo y el que primero volviese de las Ferias: Walter o Judith.

Desde ver crecer a los más pequeñitos lectores del barrio, hasta recibir a la Princesa Keiko de Japón, que pidió expresamente conocer la librería, hemos vivido experiencias de lo más increíbles allí. Talleres, presentaciones, brindis, celebraciones (hasta de la jubilación reciente de Luján, bibliotecaria y gran amiga).
La editorial por su parte fue tomando fuerzas y cumplimos sueños increíbles como editar la mayor parte de la obra de María Wernicke, títulos de Isol, Istvansch y Graciela Montes, a quienes habíamos conocido y admirado mucho antes. 
Y el proyecto Quien soy, que me emociona cada vez que lo rememoro o escribo su nombre. Títulos traducidos a otras lenguas, Destacados de ALIJA, premios e invitaciones de otros países. Rescatar libros que habíamos amado en sus ediciones originales y quedaban descatalogados. Stands en las Ferias del Libro de La Rural, Guadalajara y Bologna.

Judith Wilhelm, Walter Binder y Graciela Montes.

Como distribuidores independientes de nuestros libros y de los que importábamos, empezaron a acercarse colegas para que sumemos sus producciones a la distribución. Así, por el 2010 nos convertimos también en una distribuidora que se distingue por la representación de libros ilustrados y por su impronta federal. Primero fue la llegada de Silvia Katz y los libros del Taller Azul de Salta, y así se fueron sumando Ruedamares, de María Cristina Ramos (Neuquén); editores de Córdoba (De la terraza; Portaculturas); Ninja-Libro GIF de Bahía Blanca; Libros silvestres, Cosas invisibles de Santa Fe; Bambalí de Mendoza y muchas más de CABA y provincia de Buenos Aires (Comiks Debris; Niño; Tinkuy; Planta; Tres en línea; Ojoreja; Periplo y tantos amigos más).
De la tarea de distribuidor me quedo con ese amplio abanico de editores pequeños que nos confiaron su material y que, creo, han podido revertir la imagen de malo de película que siempre rodeó a este actor en la cadena del libro. Al menos trabajamos duro para eso.
En 5to grado de mi primaria, en la escuela N° 26 de La Matanza, la Señorita María Angélica me dijo que sería escritor. Es que las horas de Redacción eran para mí el momento de pura felicidad escolar. Esas líneas de tinta que mi 303 dejaban en las hojas rayadas eran caminos a los destinos más fantásticos, sorprendentes y divertidos. Mi maestra y mis compañeros lo habían notado.
Los libros de Coco Drilo, el prólogo para el Quien soy, un cuento para una antología futbolera de editorial Guadal que me ubicó en un índice, cerquita de Roberto Fontanarrosa y alguna valentonada más, me permitieron jugar de grande a ser escritor. Cumplir, en definitiva, ese sueño y la predicción de mi maestra.
Está claro que no es mi oficio. Me gustaría, pero como se ve, tengo algunos otros.
Feliz día del trabajador para todos (otro día les cuento cuando fui ayudante de electricista, heladero, administrativo en el cementerio, pizzero, vendedor de cuadernos, vendedor de jeans, pintor de remeras y corbatas, extraccionista de sangre, vendedor de cucuruchos de papa fritas, ayudante de laboratorio, armador de bandejitas de verduras y algún otro que me estaré olvidando).

* Dice Walter:
“Soy Profesor de Educación primaria con ganas permanentes de ser antropólogo o actor, como los que quisieron ser murguistas y nunca fueron a ensayar.
Me gusta cocinar; cuidar mis plantas; ir al Palacio Ducó con Dante y aprender sobre géneros, autopercepciones y cantantes indies con Mae.
Junto a Judith, desde hace 24 años, fundamos, cuidamos y vemos crecer el catálogo de Calibroscopio y a los lectores de las ferias y librería El Libro de Arena. Alejandro del Prado y Pink Floyd. Fontanarrosa y Salinger. Chocolate semi amargo y frutos rojos. Felicidades y Magnolia”.